EL VIEJO CASCARRABIAS

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Una vida llena de durezas. Por dentro y por fuera. Así le había tocado, y no estaba dispuesto a permitirle ganar a ningún contratiempo.

Los rasgos de su carácter lo traicionaban cien veces al día, especialmente esa tremenda timidez. La que lo hacía enrojecer de ira y vergüenza cuando su padre le enrostraba sus errores delante de sus 55 empleados, sin el menor aviso. Pero sabía esperar el momento de cobrar revancha, cuando sus logros le dieran la razón.

Había muchas cosas que lo hacían dudar. Sus habilidades para dirigir el negocio de su padre, si sería capaz de llevar los pantalones bien puestos, si conseguiría el respeto… Cómo hacer eso entre gente que estaba acostumbrada a los sobresaltos neuróticos del viejo, qué complicación competir con aquello que tanto se aborrece…

No sabía si su padre lo quería. El haber perdido a su madre fue un golpe tan duro para ambos, pero las durezas eran tan cotidianas aún antes de su partida, por qué habría de ser distinto ahora… Y el cariño entre ambos iba y venía como esos remolinos que solían desordenar los pocos pelos del viejo esos días.

Siguió adelante. A pesar de la violenta crisis que terminó con casi toda la competencia y su propia herencia. A pesar de los amargos y brutales reproches del viejo, que terminó con demencia senil en una casa de reposo. Siguió y se hizo poderoso.

Pero en el camino se olvidó de un montón de cosas. Tan obsesionado como estaba por demostrarle a él que sí era capaz, buscando la fortaleza y el modo de ser una autoridad delante de quienes lo habían visto humillado, se olvidó un poco de quién era y del odio que tanto sentía hacia su modelo de vida.

Y se volvió un gruñón, cascarrabias que no aceptaba un “no” por respuesta. Un exigente, que destruía emocionalmente a quien cometiera algún error, por subsanable que fuera. Un manipulador que brindaba grandes muestras de afecto a sus cercanos, pero a quienes podía despedir con un portazo al día siguiente si le venía en gana.

Un dictador, respetado pero temido y odiado con tremenda intensidad. Ni siquiera notaba cuando incluso imitaba las frases y gestos de su padre, como aquel: “Quién tiene la pichula más grande, tú o yo? Yo, así que esto se hace como yo digo!”

Y así podría haber seguido hasta hacerse un atado de huesos como su padre, de no ser por el cáncer que le dio. Que le bajó los humos y le otorgó la instancia de mirar atrás para recordar qué rumbo había elegido para su vida. Y en qué momento se desvió tanto del camino.

Lloró lo suficiente como para purgar sus dolores. Como para admitir muchas actitudes monstruosas. Pero no sabía cómo cambiar sin parecer débil, más en un medio como en el que vivía, su mundo de negocios donde ser un cabrón es más cualidad que defecto.

Entonces se hizo fanático de los chocolates. Cada vez que le viniera un ataque de ansiedad, con este sencillo placer podría bajarse los humos y calmarse un tanto. Pero se le ocurrió hacer un cálculo financiero, basado en la evidencia empírica que manejaba. Y el costo de sus transacciones se elevaba hasta el cielo…

Qué diantres, se dijo. Si esto puedo manejarlo solo, sin remedios caseros ni medicamentos.


Y así fue como volvió a ser un viejo de mierda. Igualito a su padre, más los intereses y el valor agregado.

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