Cuando era niña, siempre quería
más. Presionaba a sus padres para que la llevaran al campo con sus primos, y
allá nunca le faltaban lugares por visitar y entretenerse.
En casa, rogaba por tener un
monopatín, y cuando ya lo tuvo rogó que la dejaran salir a la plaza para jugar y
lucirse con sus habilidades motrices. Gozaba sentirse libre, pero nunca pensaba
en ello.
De joven, quiso aprender todo lo
que estuvo a su alcance. Aprendió con maestros particulares, se instruyó en Artes
y luego en Ciencias, donde halló la pasión de su vida. Se sentía exitosa y
segura, respirando la libertad como si fuera suya.
Y cuando llegó a cumplir 41, ese
accidente vascular la dejó sin nada. Imposibilitada de volver a caminar, atada
a una ventana eterna, sin fuerzas para ejercer su carrera, se dio finalmente
cuenta de que nunca agradeció por lo mucho que la vida le había otorgado. Notó
su salud, inteligencia, belleza, libertad, entusiasmo, energía. Todo lo que ya
no tenía.
Se miró con compasión dolorida e
inmensa. Lloró amargamente. Y se colgó de su ventana.
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