Cierta vez le
pasó. Tan riguroso como solía trabajar, siempre puntual, con su café en una
mano y las noticias en la otra, caminando rumbo a su estudio dispuesto a
reunirse ante ella…
Se sentó en su
cómodo sofá tapizado. Tomó una de sus hojas, la pluma fuente y…
Nada. No la
halló. Pensó que sería la mala noche pasada, la copa de licor inusual… sus
plantitas lo miraron con seriedad, pero él no las notó, ya que sus hojitas
brillaban demostrando cuánto las cuidaba…
Se sentó junto a
la ventana a leer el diario; incluso se dio el lujo de usar su vieja pipa de
ocasiones especiales, todo para llamarla…
Y volvió a
sentarse. Esta vez incluso hizo algo de yoga, para concentrarse. Pero tampoco
notó el rostro serio de su estatuilla de Cervantes, que la vio irse con ese
gesto de taimadura en el rostro…
Garrapateó cosas
indescifrables. Trató de hacer dibujitos. Nada lo dejó satisfecho…
Ya con algo de
preocupación, salió al jardín. Allí empezó a notar huellas de lo ocurrido, en
los muchos pajaritos que siempre cantaban para ella, y que ahora no estaban.
Para la musa.
¿Dónde diantres se metió?
Empezó a leer el
piso. Pasitos de duende se notaban con claridad entre el pasto, pero en su
torpe estado creyó ver patitas de gato… trató de leer las esencias en el aire,
entrampado en su preocupación, y nada sintió más que el olor a chimenea… cómo
no notar las frases suspendidas, que cantaban el hastío de la musa…
Triste y
sintiendo algo de soledad, fue a comer. No halló sabor en sus alimentos,
tampoco escuchó la potente conversación de su colección de discos, unos
defendiéndolo, y otros buscando remedio para hacerla volver…
Pasó la tarde
con la cabeza metida en su computadora. La vista nublada, no alcanzaba a
distinguir los saltitos con que las alas trataban de llamar su atención…
Hasta que se
quedó dormido. Y fue en ese estado que pudo poner atención a todo lo que
ocurría a su alrededor. Oyó a sus pisapapeles criticándolo, a las hadas
reprochándole su desdén… creía estar en uno de esos locos sueños producto de
mucha televisión, cuando miró el vació. Y se dio cuenta que su musa, tan
fructífera, le había escrito 100 cartas de amorosas quejas, todas colgadas en
su ventana, todas cerradas.
Entendió. Las
leyó, ahora que lograba verlas, se acongojó por el tonto orgullo que lo había
hecho volver el rostro, y se sentó en el suelo, esperando inspiración.
Dulces canciones
le sugirieron sus discos, una sentida carta de amor le aconsejó Cervantes,
impresionantes flores le consiguieron los duendes. Las hadas le llevarían sus
lamentos, y la cuerda intentaría atraparla.
Pasó varias
noches en vela, aguardando alguna respuesta. Redecoró, cantó y bailó, alejó a
todo ser humano de su lado para evitar justificados celos. Esperó.
Hasta que llegó.
La respuesta, envuelta en una hojita de magnolia. Con seriedad, una mariposa de
papel le leyó las condiciones de la musa. Todo lo aceptó.
Y así, ella
volvió. Entonces, cada mañana agradeció. Sonrió, desde su fibra más íntima. A
sus duendes cada noche invitó.
Y del mal genio,
se olvidó. A su musa la vida le dedicó.
Y a un solitario
loco el resto del mundo finalmente conoció.
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