EL ARTISTA VAGABUNDO

|
Era invierno. Como en toda ciudad junto al mar, la humedad de las olas provocaba una cierta protección contra el viento helado, templando en cierto modo el aire marino.

Pero eso no le ocurría a él. Si bien era un artista, creativo e ingenioso, que dibujaba con su carboncillo escenas y lugares de estética belleza, la voz y la miraba lo delataban. Durísimo, como los roqueríos contra los que esas olas se golpeaban y hacían pedazos.

Fortísimo, incapaz de esbozar una sonrisa. Llegado de quién sabe dónde, se instaló una mañana nubosa junto al local de Sernatur. Callado, ausente, sentado en el suelo se soltó dibujando. Si alguien se acercaba a conversarle, él hacía como que escuchaba y mascullaba sus precios.

Lo habría vendido todo si hubiese sido de otro modo. Pero era seco y terco, y no le interesaba cambiar.

Para el hambre y el frío echaba mano de dos clásicos suyos, un plátano maduro un paquete de cigarrillos. A veces, cuando estaba muy lejos dentro suyo, hacía unos retratos, que no mostraba a nadie, y que se guardaba entre su casaca y los diarios doblados con los que se abrigaba.

Una vez, un grupo de jóvenes se ofreció para llevarse sus trabajos y venderlos en la universidad donde estudiaban. Él levanto la cabeza y les echó una mirada que más parecía un puñetazo… de ahí en adelante se le vio más solitario que de costumbre. Arisco, silencioso, insondable. Quién podría descubrir sus secretos.

Hasta que desapareció, tal como había llegado. La costumbre de verlo allí sentado mascullando arte se perdió a los pocos días, nadie lo conocía y nadie lo iba a extrañar…
Pero apareció. Sus dibujos prohibidos, los que no dejaba ver a nadie. Sus ninfas, sus sirenas, sus tritones… las creaturas con las que soñaba, aparecieron desperdigadas por la Costanera… la tentación de pensar que había conseguido viajar al fondo del mar fue grande… y así creció como mito por un tiempo.

Por el preciso tiempo que los perros vagos tardaron en encontrar sus sobras, y traerlo de vuelta al mundo de verdad. Con el pellejo pegado a sus ropas y el diario con el que se abrigaba, en todas esas noches durmiendo a la intemperie.


Esperando que de ese mágico mundo vinieran a rescatarlo.

0 locuras ajenas: