LA MAL EZA

|
 

  Caramelo era muy pequeño. Demasiado para ser una amenaza, ínfimo para ser tomado como maleza, inofensivo en grados académicos, y sin la menor gracia por ninguno de sus 360 grados. Caramelo era chicoco, algo feíto, a veces el hazmerreír del perro gruñón, y el alma de su pasaje. Sí, porque Caramelo vivía en un pasaje, también pequeño e ínfimo como él. 

Cuando Caramelo nació, sus vecinos se asustaron mucho. Parecía una especie foránea, invasiva, todos los arbustos pensaron que en cosa de meses esta desconocida planta se comería todo el espacio y, más temprano que tarde, los terminaría echando a todos… pero Caramelo alcanzó a estirar sus infantes bracitos sólo hasta tocar el borde del pastelón donde nació. Y así fue como todos notaron que en su diminuto ser no había nada que temer.

Cuando Caramelo llegó a ser adolescente, quiso hacerse notar y comenzó a hacer ejercicios cada madrugada, apenas los primeros rayos del sol tocaban los grandes árboles del pasaje. Se estiró y estiró, y en sus muchos afanes consiguió que tres brotes más lo hicieran algo más tupido. Y que unas bolitas alérgicas lo hicieran desesperarse y buscar mil maneras de sacarlos de entre sus brotes.

Hasta que llegó el día en que Caramelo conoció el amor. Una ínfima plantita, cercana y risueña, lo hizo olvidar sus afanes de trascendencia. Olvidó sus brotes, sus bolitas y se hizo cantor. Mecía sus ramitas llevando el ritmo con el viento, para cantarle a ella cuánto la amaba. Contemplarlo era saborear la miel de la vida, y por eso Caramelo llegó a llamarse así, uno entre tantas malezas que nadie ve.

Y llegó el día en que el dulcísimo Caramelo quiso poner a los pies de su amada una alfombra de rosas, que le hicieran cosquillas y le perfumaran los pensamientos. Entre sus muchos amigos logró que un alado Cupido trajera desde lejos una mullida rosa, que grácilmente dejó caer a los pies y cabeza de aquella diminuta plantita. Pero en la alegría y furor nadie notó a aquellos secretos invasores, que sintiendo el dulzor irresistible de Caramelo, fueron hasta él y se apretujaron contra sus brazos y corazón…

El espacio se hizo aún más pequeño, o más grande, cuando una brisa comenzó a llevarse lo que otrora fuera el ínfimo cuerpo de Caramelo. En el pequeño mundo en que él habitaba, fue una enorme pérdida. Muchos lo lloraron derramando su savia. Más el viento llevó su semilla, la que nunca muere, para que se hiciera grande habitando otra calle, y derramase sus dulzores cantando la alegría de la vida como lo que siempre fue...

Una pequeña maleza.

0 locuras ajenas: