Recuerdo aquellas oscuras noches
de mi infancia y juventud. Desde el casi imposible ángulo de esa extraña
ventana, me las arreglaba para ver algo del cielo, alguna estrella, entre las
ramas del parrón y sus orgullosas hojas. Conversaba en voz bajita con mi madre
y soñaba, armando momentos de imperioso romanticismo en el aire. Me imaginaba
gloriosa, amada y feliz, sonriendo con una luminosa faz, mirando a mi amado y
latiendo vigorosa como la tierra fértil.
Recuerdo aquel optimismo,
recuerdo que esperaba con ingenua alegría a que lo mejor del mundo viniera a
ser parte de mi vida, sin prisas, porque sabía que llegaría.
Esperaba con confianza que los
sueños se hicieran realidad. Esperaba por ti.
Aún lo hago. Porque sé por el
calor del aire que allí estás, de camino hacia el hogar donde ambos nos
pertenecemos. Aunque nadie más lo sepa, ni lo vea, ni lo sienta.
Sé que estarás allí. Tú para mí,
yo para ti.
Siempre lo supe, y siempre será
el secreto por el cual espero. A que ese día llegue.
A que llegues tú.
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