La Toyita es lejos la mujer más buena y humana que he conocido. Eso decía casi toda la gente del hospicio, tras conocerla.
Y ciertamente no era su figura quien atraía esos elogiosos comentarios. Aquella virulenta rosácea que tenía desde los 25 años le había marcado el futuro con sombras y soledades. Esos dedos regordetes, el cabello inapropiadamente canoso, las faldas enormes que tapaban su par de humildes cañuelas…
Todo eso era deliberado. No quería dar la imagen de una mujer arrojada de la vida. No quería parecer fea, pero lo era, y en cierto sentido estaba rendida a esa suerte adversa.
Y para qué decir lo que ocurría por dentro suyo. Eso no lo callaba nada.
Especialmente la imagen de su tía abuela agonizando, entregada al destino de una mujer pobre y vieja que sólo anhela que llegue el momento de no respirar, y así descansar… pero ella, la Toyita, que en ese entonces tenía 24 años y a nadie más en el mundo, se le rompía el corazón de angustia al ver cómo se le alejaba la única compañía que le iba quedando…
Y así fue como empezaron los años de hambre. No tanta por el apetito, porque sabía de trabajar y bien duramente. No.
Se empezó a secar por dentro. A morir, a desencantarse, a buscar compañía humana, aunque fuera por lástima, en los lugares más cotidianos y menos queridos por los demás.
Primero comenzó a salir a comprar alguito cada hora, cuando estaba en su hogar de 2x2. Luego, inventó barrer la acera cada vez que alguien pasara. O leer el diario, la revista, las revistas… qué menuda y venida a menos se veía, juventud robada…
Hasta que llegó al templo. Allí buscó la conversa de ancianas, borrachos, drogadictos en fase terminal… no le importaba sobre qué hablar, lo que ansiaba era llenar ese vacío que se la comía por dentro, a cada hora del día… callarlo.
Y allí fue que se quedó. Después de aceptar con agrado y sumisión todos los servicios que hacían falta, por humildes que fueran.
Y aunque en su interior ella supiera que todo lo hacía por sí misma, por sobrevivencia, para evitar la locura, no dejaba de saludar con una venia y ojos brillantes cuando los pobres entre los pobres la saludaban como Santa Toyita.
Para ellos, eso era. Y los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.
1 locuras ajenas:
Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Y ha sido una lástima. Pero, por el contrario, me he llevado una grata sorpresa al ver que tu blog se ha convertido en un espejo de los cambios que has experimentado. Del blanco al azul, un azul muy bonito por cierto. Y de una prosa emocional e intimista a otra más organizada pero igualmente sugerente. Me alegro mucho de volver a saludarte. Espero que el tiempo cruel me de un respiro para volver a blogs amigos como el tuyo y comentar como solía. Saludos.
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