JURAMENTO

|
Terminó de firmar la receta con su bonita pluma dorada. Como siempre, su dictamen traía la paz a la preocupada madre, quien veía con alivio que la cura para su hijito ya venía en camino.
Y así sucedía siempre. Entrar a su bien decorada oficina, sentarse en su cómodo sofá de cuero, contemplar sus títulos, su Quijote, sus libros… todo traía paz y confianza a sus pacientes. Salvo por aquel detalle, todas esas volutas de humo con las que se rodeaba, que incluso le daban un toque de clase y misterio en esos años.
Porque todo era paz y seguridad en su vida. Todos lo querían.
Sólo él. Él, tan certero y firme para dictar sentencia contra las enfermedades, resolver enigmas y aliviar dolores… él, quien no dudaba en decir qué era lo conveniente y prudente.
No quiso privarse de ese hobbie. Que así era llamado entre la gente, aunque él sí supiera que no lo era. A pesar de que muchas veces fue a vomitar sustancias sanguinolientas, que ocultó incluso a los ojos de su fiel secretaria. Aunque la edad no era la razón por la cual se tardaba más en subir y bajar las escaleras del hospital. No quiso dejar algo que se veía tan inocuo, que acompañaba a gallardos modelos en regias motos…
No quiso admitir que sí sabía, incluso eso. Que su ojo clínico y su juramento hipocrático le gritaban. No admitió tal cosa.
Y esa madrugada, cuando sintió la falla multisistémica, cuando se le fue el aire para siempre, quiso hacer lo que tanto lo caracterizaba. Con toda la seriedad del mundo.
Echar un par de chuchadas.

0 locuras ajenas: