EL TIFUS O LA ENFERMEDAD ASESINA

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Cuando las marcas del tifus trajeron las sombras y llanto a casa de Ambrosio Zambrano, él se quedó en silencio. Pero no en aquel silencio cómplice de quien aguarda funestas noticias, no… se puso a pensar profundamente en cómo se enfrentaría a este adversario que pretendía quebrantar la paz de su hogar.

Salió de casa, rumbo a las caballerizas. Ahí, en un rincón perdido, tenía su espacio creativo donde guardaba sus herramientas, y éstas cuando estaban en sus manos siempre le traían ideas frescas a la mente. Así, pues, comenzó a divagar, la vista puesta en el universo, el olfato puesto en las heces mamíferas y las manos en sus herramientas favoritas. El sonido de los relinchos traían chispazos de luz a su febril mente, pero nada hubo ese día que pudiera servirle. Al final, y como hacía siempre, tomó nota de algunas ideas en su libraco de registros, guardó ordenadamente sus cosas y se dispuso a continuar con su rutina crepuscular.

Mirando la extensión de su cosecha, el viento que rozaba los árboles, Ambrosio se preguntó por dónde es que había llegado esta infamia a su pequeño hijo… entró a casa, pensando en todo momento en las rutinas de la familia… recordó a los gemelos Santos, que habían padecido un resfrío hacía no mucho… luego pensó en Ana, que constantemente viajaba hacia el pueblo y podía haberse contagiado, pero luego recordó su cara regordeta y su risa cantarina…

Mercedes y Ana permanecían en la cabecera de la camita de Romualdito, perdidas ambas en sus acompasadas plegarias, rezando con fervor por la salud del pequeñito… su oscura cabellera se perdía entre los encajes de las almohaditas con que lo habían acomodado. La fiebre lo mantenía en un cantito permanente, que cambiaba de tonalidad según lo molestaran las incontables ronchas con que estaba marcado su cuerpo…

La mañana siguiente no fue diferente. Ambrosio se levantó de madrugada, como de costumbre, a ver los animales y pensar en la solución para que su hijo mejorara. Mientras revisaba las ubres de sus vacas, pensó en las enfermedades que ya había padecido en su vida, qué rutinas podrían estarle haciendo daño a su hijo… estaba convencido que la solución estaba al alcance de su mano, que la idea le vendría y por muy loca que fuera le permitiría salvar la vida de Romualdo, su retoño.
Pasó parte del mediodía observando cómo todo tipo de animales de su estancia cuidaban a sus crías, tratando de aprender el código… por más que recabó información y consultó sus herramientas, la respuesta no le llegaba…
A pesar de no ser un hombre creyente, cumplía con todas las procesiones y fiestas santorales… en esos aciagos días coincidió la fiesta del patrono del pueblo, con su sombrero bien apretado en su mano se dedicó a observar, más que el fondo, la forma, la mente puesta en sus ideas… vio subir a los pies del Altísimo las plegarias decoradas con los humos santos, recordó el vapor de las mañanas frías de esos días y el suave aroma que rezumaban los toneles de leche que cada día guardaba tras la ordeña… entonces creyó encontrar la solución.
Tras las bendiciones, pidió a Ana y Mercedes que lo acompañaran junto al lecho. La habitación estaba cargada del aire infestado de aquella purulencia, que sin notarse ya se estaba apoderando de todo el hogar… tomó a Romualdito en sus brazos, notó con pesar cuánto había disminuido su cuerpecito esos días… le colocó en un sofá “tu y yo” colocado a un costado del salón contiguo a su habitación, hizo un atado con todas las ropitas y procedió a quemarlas…

Ambas mujeres contemplaban con espanto la locura de Ambrosio, con sus rosarios invocaron ayuda divina a esta locura temporal… vieron el humo llenar el ambiente, ayudaron casi involuntariamente en la preparación de un barril lleno de agua del pozo, la que calentaron como si viniera del infierno mismo… recogieron con pavor sus faldas cuando vieron a Ambrosio llenar el tinajo con aquel brebaje casi maldito, y gritaron descontroladas cuando el cuerpo de Romualdo fue untado con esa misma agua… de dónde había venido una maldición tal para la familia, perder a ambos varones, enfermedad y locura…

Pasaron tres noches de insomnio, recordando las imágenes de aquellos extraños procedimientos que Ambrosio repitió con calculado ahínco… días extraños en que ideas de otro mundo parecían haber tomado posesión del dueño de casa… Al cuarto día de horror, los sonidos del caballo del cura del pueblo resonaron en la finca con menos fuerza que la voz potente de Romualdo, que había por fin vencido la fiebre. A los pies de su lecho yacía su agónico padre, que no sólo le heredó la granja sino también su pasión por la ciencia y la solución al pediculus corporis, trasmisor del asesino tifus. Al que venció mediante higiene.
Un sencillo monolito aún recuerda su heroica lucha, perdido entre las matas de hierba buena.

4 locuras ajenas:

Matías Echavarría dijo...

tiempo ah

Mar dijo...

siiipueee

y ni me comento... snif...

Matías Echavarría dijo...

jajaaj lo siento, es que pensé que no volvías al mundo irreal... así que dejé un comentario como anzuelo, así por ser...

me gustó tu historia, es como novela latinoamericana un poco. Igual deberías escribir más, Mar.

A mi me dio como la escritura compulsiva, así que si te paseas por mi blog verás una "textorrea" mas o menos xD.

Saludos saludos para ti!

Matias

Mar dijo...

Mishhh...

no he pasado por su verborrea, la verdad esk he estado dispersa en tantos sitios y en ninguno en realidad...

Para escribir necesito lucecita. Y se me ha ido un poco, pero tengo una red atrapamariposas k hara las veces de atrapalucecitas.

Paciencia.

Besos